Usted me llegó como un secreto
despacito, a fuego lento, yo que por desandar memorias fingí soledad
consensuada, de pronto me quise acompañada de usted, sentirle asombrada y
sonreírle siempre.
Usted me cautivó aniñada,
juguetón y persuasivo, yo que para olvidar promesas incumplidas huí desesperada de encuentros atardecientes, de un segundo a otro me sentí atrevida, ingenua y me
imaginé enamorada, abrazada a usted y a sus ocurrencias.
Usted se me fue doliendo, como cuando una
despierta de un buen sueño, con la nostalgia de las despedidas que nunca
hubiéramos escogido, con las ganas de los labios que nunca besamos, con esta
sensación de estar demasiado despierta y el cansancio de haber caminado tantas
vidas sin vivir.
Gracias, “chingón”, por las
sonrisas que usted diluvió sobre mí, por el ruido, la mirada, el ritmo, la
tranquilidad y el enorme deseo de volver a verlo.
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