28 de febrero de 2012

Tatufobia

¿Faccia gialluta fa il miracolo!
(Los miserables, V. Hugo)

M. Buti estaba tatuado hasta el párpado izquierdo... el que podía ver cada vez que cerraba su ojo cuando yo pasaba a su lado.

Italiano de nacimiento, costarricense por necesidad. Vino a trabajar a Costa Rica, hace más de diez años, especialista en el difícil y escandaloso arte de pintar la piel, se instaló hace 5 meses en un salón que queda camino a mi lugar de trabajo.

M. Buti, me sonreía todos los días, cuando aún no sabía su nombre ni él el mío. La primera vez que escuché su voz, supe que podría enamorarme de él... luego lo comprobé. Cada medio día, antes y después de almuerzo por constancia mía y por insistencia suya, nos citábamos para encontrarnos: él sentado sobre la grada de su "studio" y yo caminando hacia el este y no hacíamos más que vernos, sonreír y saludarnos.

M. Buti tenía los ojos clarísimos, el cabello negrísimo, las cejas gruesísimas, las mejores perforaciones que he visto en mi vida, la voz italianísima y la sonrisa de postre.

Cada día repasaba la ruta que debía seguir, el horario que debía antender y la mirada más complaciente que había olvidado ya, y la fuerza que me impulsaría a subir con él para elegir el tatuaje que sufriría solo para sentir sus manos.

Hace quince días, decidida asumí mi mejor pose, recorté la foto de una lagartija, me adelanté a la hora y llegué hasta el aparador donde se suponía estaría él. Pedí con el encargado de los tatuajes, acá traigo mi costado derecho, ¿lo ve?, acá desde la cintura llegando casi al ombligo, acá quiero mi lagartija.

Entonces supe que el chico que siempre me saludaba y me sonreía, se llamaba M. Buti, que era italiano y que ese día andaba con su esposa, recogiendo a sus padres en el aeropuerto.

De ahí me viene la aversión por los tatuajes.